2007-07-07

El mundo es chico

(
o Världen är liten )

Claro que lo es aunque hay dolorosas excepciones. A veces es tan grande que los niños pequeños se pierden en él.

Pero no es de eso que quiero hablar en esta ocasión sino acerca de aromas, acerca de obsequios, acerca del tango...

Dos buenos amigos y yo sentimos que era hora de hacer un viaje nostálgico. Muchos años después de nuestro primer viaje a Málaga, decidimos reencontrarnos allí – mi amigo sueco, mi amigo americano y yo.



















Chiquilladas en el Aeropuerto
Pablo Puiz Picasso,
Málaga

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El primer dia nos instalamos en la terraza del Hotel Larios en el corazón de Malaga y nos dedicamos a contarnos que había sido de nuestras vidas desde la última vez que nos habíamos visto.

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La Catedral de Málaga - "La Manquita"

fotografiada desde la Terraza del Hotel Larios

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El segundo día hicimos un recorrido por la ciudad. Caminamos por el casco antiguo, nos fotografiamos los unos a los otros frente a la catedral, visitamos el Museo Picasso y pasamos al CaféBar Central en la Plaza de la Constitución para servirnos una cerveza y “tapear” (comer tapas).

Después de algunas cervezas, cuatro mendigos, tres músicos callejeros rumanos - igualmente mediocres – retomamos nuestra ruta... Nos fuimos por el recientemente reinaugurado Paseo del Parque – desde la Plaza de la Marina hasta la Plaza de Toros La Malagueta donde hace muchos años atrás presenciamos unas de nuestras primeras corridas de toros. Este año no nos fue posible hacerlo ya que la temporada taurina no había comenzado aún.
Al paso de las horas llegamos a un restaurante que no habíamos visitado anteriormente, pero que nos pareció prometedor. Como aún no eran las nueve de la noche tuvimos que empezar con una tapa en el bar mientras abrían la cocina. Pedimos una porción de olivas, una de Manchego (queso curado de La Mancha donde nació y seguramente esta enterrado Don Quijote) ;) y una porción de jamón ibérico – el famoso “pata negra” que proviene de aquellos cerdos negros que se alimentan exclusivamente de bellotas. Nos dijeron que el ”cortador” – una persona con licencia para cortar el exclusivo jamón – a mano por cierto – aún no había llegado por lo que no nos podían servir eso, “pero el queso si que lo puedo cortar” nos dijo la chica desde el otro lado del mezón mientras llenaba de olivas un posillo de cerámica. Mi amigo sueco y yo pedimos una cerveza cada uno y mi amigo americano optó por un “Mojito”. Las olivas estaban riquísimas por lo que se acabaron muy pronto. Al pedir un nuevo posillo aproveché de preguntarle a la camarera – celosamente – si se le había olvidado nuestro queso. Ya viene, ya viene – me contestó.

Nosotros seguimos con nuestra amena charla acerca del ayer y de hoy intercaladamente hasta cuando habían transcurrido unos quince minutos. Me acerqué entonces a la camarera y con definida irritación en la voz le pregunté por qué no me daba el queso ya - me parece que hemos esperado demasiado - agregué. Mientras ella, más irritada aún me daba explicaciones del porqué habíamos tenido que esperar, preparó la porción de queso y con mal disimulada molestia la puso frente a nosotros en el mezón. Le di amablemente las gracias y olvidé el incidente. Poco después llegó José – el cortador – y pudimos al fin probar el mejor “pata negra” de nuestras vidas.

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Así terminó ese lunes...

El martes anuncié temprano que por la noche iría a Guajira, un bar salsero que martes y jueves se transforma en la única tanguería de Málaga – y agregué que quien quisiera acompañarme era muy bienvenido. Llegué allí – sola – a eso de las siete y media de la tarde. Los dueños – una joven pareja compuesta por el granadino Benjamín y la porteña Diana – estaban ensayando cuando yo asomé mi enorme curiosidad a un local fresco y en penumbras. Sin dejar de bailar me dieron la bienvenida con un gesto. Ella me contó después que estaban casados y él me contó que ella era exigente durante las lecciones de tango que le estaba dando. El estaba aprendiendo con ella desde hacía un año y ella había bailado durante unos diéz. A mi me gustó bailar con él por su exactitud al marcar y por lo suave de su baile. Con ella bailé vals unos segundos dias más tarde cuando a la manera del tango, celebrabamos sus veinticindo años.
Aquel primer día la clase de introducción estaba anunciada para las nueve y algunos minutos antes comenzó a llegar gente. Los últimos llegaron con veinte minutos de retraso y fue entonces cuando la vi. Diana la presentó como la “profesora femenina” y se presentó a si misma como la profesora del rol masculino. Ella me miró largamente a los ojos y preguntó al fin: ¿Has estado comiendo en “La Ménsula”?
Si – fue mi respuesta. Ayer comí allí el queso mejor cortado de toda mi vida.
Nos sonreímos en mutua complicidad antes de que ella y Diana se entregaran en pleno a sus impuntuales alumnos.

Algunos días después se fueron mis amigos – cada cual a lo suyo - y yo me quedé sola en Málaga. Caí enferma y estuve tirada en un sillón – más muerta que viva – todo un día. Bien avanzada la noche descubrí con gran alegría que tenía hambre. Me levanté e hice una aromática y multicolor ensalada de frutas que me comí acompañada de yoghurt griego. Me di una ducha fria, me acosté en mi amplia cama y me dormí oyendo tangos del 40.

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Lo que mi ojo vio aquella mañana

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Desperté temprano. Eran poco más de las seis y la ciudad ya estaba en movimiento. El cuerpo estaba sano, pero me sentía inquieta y tenía la sensación de haber soñado toda la noche. Me estiré así como lo hacen los gatos antes de saltar de la cama y prepararme para mi caminata diaria por el Paseo Marítimo. Me tomó – como de costumbre – una hora ir y volver más los minutos que toma ir a la panadería a comprar pan integral y pasar al quiosco de diarios por “El País”.
El café sabía bien. Leía acerca de “La muerte del actor sueco Povel Ramel...” cuando entendí a que se debía mi inquietud. Me paré a buscar el folleto que días antes me habían dado en la oficina de turismo y me puse a estudiarlo. Entre unas veinte alternativas elegí “El Gran Hammam”. En el estaba incluido un baño, un peeling corporal, envolvimientos de aceites esenciales, un masaje turco, un masaje a cuatro manos y te dulce en la sala de reposo.

Casi me devuelvo cuando llegué a la calle en que esta “El Hammam”. La calle – que a penas tiene dos metros de ancho estaba practicamente bloqueada con las armazones metálicas que impedían que las paredes se derrumbaran. Todo el sector viejo de Málaga se está transformando en una ciudad de bastidores. Demuelen todo para construir nuevo y moderno salvo las hermosas fachadas que en algunos casos datan del 1700. Justamente en ese sector no se ha reconstriudo aún y lo único que hay detras de las fachadas son basureros ilegales y frente a ellas – entre los soportes del armazón – improvisados retretes. El olor era indescriptible. Después de atravesar ese infierno vi la casona recien renovada de dos pisos. Amarilla, alta, hermosa. La recepcionista tenía una voz agradable. Ella me explicó detalladamente en que consistía el baño aquel y me entregó una par de chancletas desechables, un calzón desechable, un albornoz y un pareo de algodón, jabones variados y toallitas exfoliantes amén de estrictas recomenaciones de beber mucha agua mientras estuviera en el baño. también me entregó una pulsera de tobillo de cierto color para que el personal supiera que tratamiento aplicarme. Me negué a usarla, pero no importó. Yo era la única bañista.

Otra mujer apareció desde la nada y me guió hasta el vestidor. Te espero aquí – me dijo desde la puerta cuando entré en el. Primero fuimos a la sala de baño frio. En el medio de ella habían dos camas de masaje de piedra revestida con azulejos del mismo tipo que adornaba las murallas desde el suelo hasta un metro y medio de altura. El resto – hasta el techo que era muy alto – estaba pintado con un color rojo ladrillo envejecido.

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La pieza era oscura. Los postigos estaban cerrados y las ventanas abiertas lo que permitía que entrara una brisa agradable. Las llamas de las velas titilaban jugetonas al ritmo de la hermosas melodías árabes que parecian nacer en el cielo mismo. Despues pasamos a la sala de las cascadas donde los tonos celestiales se fundian con los terrenales que emanaban generosos de las calientes y borboteantes aguas en bajada.

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Despues de la ducha reglamentaria me acosté de espaldas en una gran plataforma de marmol blanco, casi abrasador en la tercera sala – la más caliente de todas y cerré los ojos. Entonces regresaron los sueños de la noche anterior… No oí sus silenciosos pasos, pero abrí los ojos al sentirme observada. Ella estaba de pié a mi lado, sonriendo amablemente. Te lavaré con diversos jabones y pienso terminar con uno de algas marinas. Te haré envolvimientos de aceites aromáticos y pienso terminar con aceite de chocolate antes de que subamos al segundo piso donde se dan los masajes – prometió. Me ayudó a ponerme de pie y me dio un vaso de agua fria mientras me llevaba hasta hasta la primera sala donde me pidió que me acostara sobre una de las camas. Recién entonce me di cuenta que ella estaba tan desnuda como yo. Sólo nos cubría el cuerpo un pareo de algodón. El de ella estaba seco, el mio estaba mojado y desapareció o se transformó en uno seco y tibio mientras me tendía de espaldas.

El tratamiento que ella me dio me llevó al “Reino de los Cielos”... Una lavado/masaje profundo como aquel, limpió – no tan sólo mi piel - sino que cadauno de mis canales sensoriales. De vez en cuando enjuagaba ella mi cuerpo con agua tibia para reempezar con un nuevo jabón y una toallita exfoliante más fina aún. Sus manos eran mágicas, únicas – creia yo...
No se cuanto tiempo estuve allí. Lo último que recuerdo es que ella dobló mi brazo derecho de tal manera que mi mano derecha quedo sobre mi corazón... Perdí la noción del tiempo, del espacio y de mi misma ya que no se como me vi de pronto de pie, al lado de la cama viendo como mi brazo izquierdo desaparecía en la manga del albornoz que ella sostenia abierto - ofreciéndomelo. Se aseguró que mis piernas me sostenían antes de anunciar de que era hora de subir a la sala de masajes. La seguí como en trance. La escalera y un largo corredor estaban adornados, con muy buen gusto, por objetos árabes. Al pasar por la sala de descanso alcancé a ver hermosas alfombras y cojines sobre un suelo de madera preciosa. De pronto se cerró una puerta detrás de mi y me tomo unos segundos entender que era lo que mis ojos veían. También esta sala estaba tímidamente iluminada y desde unas barras de hierro forjado fijas al techo caian unos velos de colores semitransparentes que formaban pequeños espacios donde había una camma de masaje, una mesita sobre la cual habían frascos y botellas de colores y formas ingeniosas y una percha de pie. Vi tres o cuatro de esos espacios... más allá de ellos los colores se mezclaban entre si y mi ojo no logró diferenciar más entre las telas de colores y sus reflejos.

A una señal de la masajista me saqué el albornoz y me tendí en la cama que me ofrecía. Me cubrió con una sábana tibia y me pidió que esperara por ella un momento. Al volver vestia una túnica y pantalones de lino. Es el protocolo quien determina mi vestimenta contestó cuando le pregunté el porqué del cambio. La sala olía maravillosamente, sus manos tibias y suaves trabajaban sobre mi cuerpo regalándome calma infinita. Después de unos minutos pensé que yo había malinterpretado eso del masaje a cuatro manos y para huir de la vergüenza que sentía por mis espectativas casi lujuriosas, cerré los ojos. Ella me preguntó si podía presionar un poco más y se lo permití. Sentí que ponía su antebrazo atravesado sobre la región lumbar y con movimientos extraordinariamente rápidos avanzó hacia los omoplatos vaciándome literalmente de cada posible sentimiento impropio que hubiese habitado mi alma. Sentí un poco de frio... o era un temblor de mi cuerpo? Un pie lo sentía frio y el otro caliente... Ah! me estaba haciendo un masaje en los pies con una mano fria y la otra caliente al tiempo que seguía trabajando en mi espalda. El contraste de temperaturas alertó más aún mis sentidos. Manos sabias, diligentes, mágicas cambiaban constantemente la sábana por una más caliente aún y paseaban por mi cuerpo con gran destreza atendiendo cada una de mis reacciones a tan excitante estímulo. Las sentía en todas partes al mismo tiempo, pero a la vez no. El aroma de los aceites iban y venían sin que yo pudiera identificarlos...

Abrí mis ojos y por la abertura de la cama donde descansa la cara vi parte de sus piernas y sus pies desnudos. Sus dedos velludos se movian jugetones contra las hawaiianas como si estas hubiesen sido el teclado de un piano mientras sus manos dibujaban arabéscos en mi cuerpo. Ella se dedicaba a mis piernas, a mis brazos ¿o era él quien lo hacía? Cuando me tumbaron de espaldas cerré los ojos nuevamente. No quería ver lo que estaba sintiendo. Ellos continuaron durante un largo rato y finalmente me dormí.

Había transcurrido exactamente una semana desde la primera vez que bailé tango en Guajira. Llegué allí a las diéz en punto y me invitaron a bailar apenas entré. Después de una primera tanda de cuatro tangos saqué a bailar a una chica que aceptó con entusiasmo. Mientras bailábamos vi a un hombre de unos cincuenta y cinco o sesenta años que estaba apoyado en un pilar. Desde allí miraba nuestros pies y me pareció que sonreía amablemente. Nunca lo había visto. Al terminar la tanda le agradecí el baile a mi nueva amiga y la invitación que me había hecho de llevarme a bailar tango a Marbella el domingo siguiente. Esperé los segundos del recato antes de buscar su mirada. Sonrió nuevamente, ¿o lo hacía aún? Me pareció que sonreía todo el tiempo y yo no supe darme cuenta si aceptaba o no mi silenciosa invitación a bailar, pero atravezando la pista de baile dirigió sus pasos hacia mi sin que su sonrisa misteriosa abandonaran sus labios. Sin una palabra preparó su abrazo mientras yo iba a su encuentro. Nuestros cuerpos anunciaron presencia y yo me abracé a un sueño. Fue su olor el que me indujo a eso.

El olía a jabones, a humedad tibia, a aceites asenciales, a te dulce...

Mi vida tanguera esta llena de obsequios aromaticos.

Anoche fui a la Milonga del Club Carlitos acá en Malmö. Cerca de la medianoche llegó un paquete a mi mesa. Para Maya – de alguien que te admira, decía en la tarjeta.


El misterioso regalo huele a verveine citronnelle...



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5 comentarios:

Gonzalo Villar Bordones dijo...

oye: esas si que son vavaciones: me ha dado una envidia de verano, jamopnes, quesos, aceitunas, masajes y tango.

besos.

May@ dijo...

Se hace lo que se puede.... ;)

Anónimo dijo...

Larga la historia...pero bastante amena. Málaga...es que toda Andalucía, por lo que me han dicho, tiene un encanto fenomenal.

Lo malo fue que no pudieron ir a una corrida de toros como la otra vez. ¡Jamón ibérico! Qué delicia, un verdadero manjar de escogidos (mal lo de la camarera, eso sí...¿sería de Lepe?). ¿Y qué fue lo que te pasó que caíste enferma?

Tratamiento completo de baño "a la malagueña"...nada de mal, ¿eh? Experiencia casi hipnótica, por lo que describes. Y hasta con admiración te siguen.

Saludos cordiales.

Ximena dijo...

¡Increíble historia, Maya; llena de sensorialidades, placeres, magia y pistas misteriosas!!! Que buen viaje, en todo los sentidos de la palabra...

Qué maravilla cuando un lugar te regala tantas y tan profundas experiencias.Queda una bella huella en el corazón...

Entre paréntesis, yo amo profundamente los baños turcos; pero no me habría imaginado que un lugar como este existiera. De hecho, en mis visitas a estos templos de la sensorialidad, me he entretenido imaginando como seria un lugar asi con músicas arabes, adornos más "ad-hoc" y otros agasajos... Asi es que nuevamente anoto el dato por si el azar me lleva alguna vez a Málaga...

Un abrazo feliz por tu maravillosa historia,

Ximena

Paços de Audiência dijo...

Veo que te lo pasaste bien por Málaga. Mira, está a 250 km de mi casa, pero nunca estuve allí.

Pero para comer jamón, vete a Jabugo.